lunes, 19 de marzo de 2012

El viaje de Gerardo IV. ¡La chamba es chévere!

6.30 AM. El despertador arranca el día en medio de locos ring-rings que Gerardo silencia rápidamente para no robar el sueño a sus compañeros. La mayor parte de la noche se la había pasado despierto, pensando, yendo al baño de puntillas y dando vueltas en la cama. Se levantó sin pedirle al reloj un minuto más de piedad, y se dirigió al baño para quitarse el miedo en la ducha... intención que no logró alcanzar su objetivo. Hizo callar los nervios de su tripa con un copioso desayuno a base de las sobras que Diana le había ofrecido en un táper. Inspiró, expiró, inspiró, expiró, inspiró... y al fin abrió la puerta que le alejaba un poco más a la incertidumbre.

Primero un pie, después otro... caminar no era difícil, sabía hacerlo, pero ese día pareciera que la gravedad fuese otra. Cuando alzó la vista, se erigía ante sus ojos El Centro Ecológico, esa especie de centro comercial alternativo sobre el que le llegaba información confusa. Sin dilación puso rumbo a la sala vacía desde la que se accedía al taller del responsable de mantenimiento al que en una temporadita tendría que reemplazar, Pedro.

Apenas faltaban unos minutos para las 8AM, hora a la que comenzaba su jornada laboral, pero el lugar rezumaba de actividad. Escoba en mano, tres mujeres entraban y salían de los distintos espacios; varixs chicxs jóvenes entraban somnolientxs en el almacén de la cocina, y salían convertidxs en uniformadxs cocinerxs especialistas en verduras; dos curtidos latinos transportaban pesadas mercancías de un lugar a otro... Y allí estaba él, otra hormiga más de la colonia, dispuesto a mimetizarse en el correteo de lxs demás.

Abrió tímidamente la puerta, casi temblando por una vergüenza que a sus 36 años no había conseguido doblegar. Atravesó la polvorienta estancia y se dirigió a las escaleras que descendían hacia el taller. Silenciosamente, como temiendo interrumpir a Dios en su observación de los acontecimientos, se adentró en ese lugar de luz artificial y aire viciado que era el taller. El tal Pedro, también de origen sudamericano, se encontraba lijando una pieza grande de madera. Gerardo no se había esforzado mucho en imaginar cómo era, así que no se sorprendió en ver a un hombre de baja estatura, musculado, tatuado en cada centímetro  de sus fuertes brazos, con el típico corte militar en su cabello, un arete de oro en la oreja derecha y expresión de hostilidad, cansancio y amargura en su rostro.

- Buenos días - saludó Gerardo después de haber carraspeado nervioso.

- Tú eres Gerardo - gruñó Pedro sin ningún atisbo de interés en él. - ¿Es verdad que eres primo de Rafael?

- Sí - contestó Gerardo sin saber si eso era bueno o malo.

- Entonces eres peruano - concluyó con cara de desprecio.

- Sí - afirmó Gerardo confirmando la sospecha de que el acento de Pedro era de Ecuador.

- Bueno, yo soy Pedro y ésta es la lista de tareas pendientes - le dijo sin mirarle mientras le mostraba tres folios grapados. - ¿Sabes algo de carpintería? Bueno, ¿sabes algo?

- De carpintería no sé nada, pero soy electrónico así que sé manejarme con circuitos eléctricos, y también sé algo de mecánica.

- Pues aquí vas a tener que hacer de todo, así que lo mejor es que me observes y aprendas - contestó tajante ese hombre cuyo puesto ocuparía en un par de meses.

Sin atreverse a contestar, se quitó el abrigo y lo apoyó sobre un mueble que había a su izquierda. Mirase donde mirase, todo era caos. A él le gustaban las cosas ordenadas y limpias, y aquello no respondía a ninguna de esas dos características. Se quedó de pie, atento a los movimientos de Pedro, que se disponía a retomar el contacto con la lijadora para terminar de definir la pieza que tenía frente a sí. La rapidez de movimientos del hombre parecía denotar la sencillez de la tarea.

- Quieren unas tarimas para no sé qué - comenzó a hablar Pedro. - Ni siquiera me molesté en preguntar para qué, porque les conozco y seguramente cambien de opinión en algún momento y decidan que es mejor hacer otra cosa. Prueba tú, vamos.


Gerardo se recogió las mangas de la chaqueta y agarró la máquina como le había visto hacer a Pedro y comenzó a moverla sobre la madera como su "compañero" había hecho. La lijadora era muy pesada, y la fricción con la superficie de la pieza exigía más fuerza a sus brazos. Era más difícil de lo que esperaba.


- Lo sabía, no vales para esto. ¿Pero tú te crees que se puede hacer así? ¡Fuerza! ¡Rapidez! - le espetó enojado Pedro mientras le cogía la máquina de las manos y le mostraba cómo hacerlo.

- Es la primera vez que hago esto en mi vida. No tengo práctica y además es demasiado pesada como para hacerlo más rápido - rebatió Gerardo intentando defenderse, sintiéndose un tanto molesto por el trato que Pedro le estaba brindando.

- Eres un hombre, no una mujer. Tus brazos deberían ser fuertes para hacer esto. Ya veo que prefieren contratar a la familia en vez de a personas que de verdad valgan para este trabajo. Pues ponte a hacer taquitos para las mesas del restaurante, que hay algunas que se mueven.

Pedro le mostró a Gerardo la forma en que tenía que hacer su tarea y volvió a su pesada lijadora dándole la espalda. A Gerardo se le hacía difícil entender el motivo por el que ese hombre le trataba así. ¿Era por los conflictos entre sus países? ¿Era por demostrar que trabajaba mejor que nadie? ¿Era simplemente porque le gustaba humillarle? La parte buena de todo eso es que no se prolongaría por mucho tiempo. Pedro se iba de la empresa porque había decidido retornar a su país, así que Gerardo se quedaría en su lugar, y debía aprovechar ese tiempo previo para aprender todo lo posible y hacerlo muy bien cuando toda la responsabilidad recayera sobre él.

Silenciosos los dos trabajadores, pulían la madera cada cual con su propósito. A Gerardo le gustaba su tacto, le gustaba descubrir que podía hacer algo nuevo y, aunque lento, asumía como proceso lo que le había tocado vivir ese día. Pedro apenas le miraba, y cuando lo hacía no se esforzaba en ocultar su desprecio. Desconocía el tiempo transcurrido en el momento en el que un tercer hombre entró en el taller. Vestía vaqueros y camisa, y aunque estuviera ya calvo, no parecía ser mucho mayor que Gerardo. Su mirada era fría, y por el pequeño atisbo de rigidez que observó en la postura de Pedro, dedujo que se trataba de alguien importante.

- Buenas, ¿qué tal? - saludó el hombre posando su mirada sobre Gerardo. - Tú debes de ser Gerardo. Diana me habló sobre ti. Yo soy Agustín - añadió extendiendo la mano en forma de saludo. Gerardo se levantó respetuoso para responder a su gesto. - Me encargo de coordinar un poco todo, así que si tienes algún tipo de problema o duda me lo preguntas directamente a mí. Yo me encargo de pasarle las tareas a Pedro, así como haré contigo una vez que él se vaya. Bueno, veo que estáis ocupados, así que no os molesto más. ¡Ah! Pedro, no te olvides que hay que cambiar las bombillas fundidas del restaurente. Hacedlo cuanto antes porque antes de la apertura de las comidas tiene que estar listo. -
Sin más, Agustín salió del lugar dejando una estela aromática de loción post-afeitado.

- ¿No lo conocías? - preguntó extrañado Pedro.

- No - contestó Gerardo intrigado por la forma en que Pedro si dirigió a él.

- Pues es los ojos, los oídos, los brazos y la voz del dueño de todo esto, así que te interesa llevarte bien con él. Además es el hermano de Diana... ¿de verdad no lo conocías?

- No, yo sólo conozco a mi primo y su esposa - contestó Gerardo dándose cuenta de que quizás su parentesco le podría dificultar su relación con sus compañerxs.

- Ya lo conoces pues. Vamos entonces a ver esos focos que dice antes de que llame para recordárnoslo.

Pedro cogió una escalera y bombillas de repuesto para ir al restaurante, y Gerardo le siguió como se esperaba que lo hiciese. A Gerardo el restaurante le parecía un local bastante grande para ser un vegetariano, así que concluyó que en Europa debía de haber muchas personas vegetarianas. Serían casi las 13 horas, y un puñado de camarerxs se estaban ocupando de que las mesas estuviesen listas para atender a lxs comensales. Carlos era uno de esxs camarerxs que correteaban entre las mesas, pero su actitud era mucho más seria que la que le había mostrado en casa. Gerardo decidió no molestarlo en su quehacer.

Callado y obediente, Gerardo sostuvo la escalera de Pedro mientras éste hacía todo el trabajo. Él podía haberlo hecho perfectamente, pero temía decirlo por si Pedro lo volvía a humillar, así que se limitó a alcanzarle las cosas que él le iba pidiendo. Su primo Rafael le había comentado que era carpintero de profesión, pero de estar aquí y allá había aprendido un poquito de todo. Gerardo empezaba a dudar poder estar a la altura de tremendas expectativas. Estaba seguro de poder hacer casi cualquier tipo de instalación y reparación eléctrica, pero ¿y la carpintería, la fontanería, la albañilería? Debía alimentarse de la experiencia de ese hombre orgulloso y refunfuñón antes de quedarse al cargo del puesto.

Las horas pasaban y entre los dos iban sacando poco a poco algunas de las tareas encomendadas. Pedro no confiaba en él y no le dejaba hacer nada complejo, pero a lo largo del día se encontró realizando varias tareas sencillas que de alguna forma agilizarían su trabajo. Yendo de un lado a otro a atender a todas las peticiones de la empresa, fue viendo el repertorio de responsabilidades que le podrían atribuir, así como las personas a las que tendría que ver la cara cada día. Rara vez perdía de vista los movimientos de Pedro, pretendiendo que con sólo observarlos sus manos pudieran reproducirlos. Ojalá fuera así. Sentía hambre, pero Pedro no paraba en ningún momento de trabajar y le daba vergüenza preguntarle.

La 1, las 2, las 3, las 4... El día no parecía terminar nunca, y el cansancio y el hambre se acumulaban para terminar comprendiendo el carácter de su compañero. Las 5, las 6... ¿Hasta qué hora estarían allí? Ya llevaba más de 11 horas trabajando junto a aquel hombre de mirada hostil. Las 7, las 8... Gerardo pensaba que esas jornadas sólo existían en Perú... por lo que se estaba dando cuenta de que la imagen que le habían transmitido de Europa no era totalmente cierta. Quizás no fuera siempre así, o quizás sólo fuera así para la gente extranjera... quizás. Fuera como fuese, iba a seguir trabajando hasta el momento que Pedro le ordenara.

Pasadas las 20h, el ecuatoriano dejó lo que estaba haciendo y sóltó un "vámonos a casa" cansado y apático. A Gerardo le rugían las tripas, así que estaba deseando salir de allí y comer. Juntos fueron hasta la tienda de El Centro Ecológico, y allí Pedro le explicó que cada día debía apuntar junto a su nombre las horas de entrada y salida en una hoja que guardaba en el mostrador la dependienta. No sabía por qué había que hacer eso, pero tampoco le interesaba mucho en aquel momento. Irse, ducharse, comer y descansar eran una prioridad, así que anotó rápidamente "Gerardo: 8.00h-20.40h" y se despidió de Pedro y la dependienta cuyo nombre no se molestó en preguntar.

Casi corriendo se dirigió a su casa para poder ducharse y quitarse polvo y sudor de cada uno de los poros de su piel. El día había sido muy duro, extraño y difícil, y le apetecía ir a ese sitio que pretendía suplir lo que en Lima era su casa. Nada más llegar se duchó apresurado con intención de salir y comprar algo para hacerse una cena que le hiciese recobrar las fuerzas.

No sabía dónde estaban las tiendas de su barrio, ni tampoco cómo estarían los precios. Rafael se había encargado de cambiarle a euros los 80 dólares que llevaba para empezar su nueva vida. ¿Qué podría comprar con ese dinero? ¿Qué era caro y qué era barato en ese condenado país? Entró en un supermercado que cerraba en 15 minutos y cogió aceite de girasol, sal, arroz, pan y media docena de huevos. Se gastó poco más de 5€, que serían unos 20 soles. El cansancio no le dejaba asumir ni una novedad más de ese maldito día, así que se dirigió a casa sin pensar demasiado en el dinero y en la gestión que de él iba a hacer, teniendo en cuenta la deuda que había contraído con Diana para llegar a España y el ahorro que se había propuesto alcanzar.

Arrastrando los pies procuró impedir que la desorientación le llevase por el camino equivocado de vuelta a su casa, por lo que tuvo que poner mucha atención al fijarse en los detalles. En Madrid todo parecía más seguro que en Lima, pero la gente parecía tener más prisa. Muchxs latinxs como él caminaban por la calle, algunxs con hijxs que quizás no habían conocido nunca el país de origen de su madre y padre. No pudo evitar acordarse de su familia y se dejó atrapar por la tristeza. Como escuchado por Dios, vio en la acera de enfrenet un locutorio, así que cruzó y entró.

- ¿Llamada internacional? - preguntó Gerardo al chico de la cabina.

- Sí, pasa no más a una de las cabinas - le respondió sin separar demasiado la vista de su ordenador.



La 6 le pareció bien, más que nada porque era la única que estaba libre. Se metió en ella, posó la bolsa de la compra en el suelo y se dispuso a marcar el número de teléfono que a fuego tenía gravado en su memoria previa marcación de los prefijos 00 de internacional, 51 de Perú y 1de Lima. El teléfono comenzó a devolverle unos "piiiiii" llenos de esperanza.

- ¿Aló? - se escuchó una voz femenina al otro lado de la línea.

- Mamá, habla Gerardo.

- ¡Ay, Gerardo! ¡Mi papito lindo! ¡¿Cómo estás?1 - preguntó su madre haciéndole separar un poco el auricular del oído.

- ¡Muy bien, mamá! ¡Todo el mundo es muy amable conmigo y la chamba es chévere!

Continuará...

miércoles, 14 de marzo de 2012

El viaje de Gerardo III. Diarrea prelaboral

Rafael y Diana le habían dicho en Perú que su nuevo empleo sería muy gratificante, el salario considerablemente interesante, su empresa como una gran familia reinada por la armonía y España un lugar tranquilo donde los días se le pasarían volando. Dicho así, pareciera que lo que le esperaba fueran unas vacaciones pagadas. ¿Por qué no tenía entonces la sensación de que las cosas fueran a suceder así?


El proceso de adaptación era precisamente eso: un proceso. Desconocía el tiempo necesario para sentirse como en casa. En realidad desconocía si en algún momento se sentiría como en casa. Decidió adoptar una postura pragmática y aparcar la nostalgia, vivir un día a día sobrio y luchar por alcanzar el objetivo económico que motivó su aventura española.


Diana era una mujer maravillosa. En su viaje por Sudamérica conoció a Rafael, del que se enamoró, y juntxs atendieron al propósito de reclutar trabajadorxs para "El Centro Ecológico", ese restaurante que por momentos se le antojaba el Santo Grial. La mente de Gerardo asociaba ese gesto con una generosidad desmedida. Ella tenía en sus manos el sueño de muchxs latinxs, y con decisión se dispuso a dotarlo de los medios necesarios para que se hiciera realidad. Aparte de al mismo Rafael, El Centro Ecológico le dio la oportunidad a otras 4 personas, siendo Gerardo el que se incorporó en último lugar.


Disipado el jet lag y la confusión inherente a una nueva vida cuya separación de la anterior era de simplemente 13 horas, Gerardo comenzó a hacerse a la idea de su responsabilidad con su nueva empresa, así que decidió ir a su nueva vivienda junto a sus nuevos compañeros para poder incorporarse al día siguiente a su trabajo. El trayecto en transporte público hasta su apartamento era de dos horas, así que sus primos se ofrecieron amablemente a acercarlo para acortar tiempo y para evitar que se perdiera, hecho que indudablemente sucedería en el caso de que él optase por irse solo en autobús.

Así pues, posó por fin sus pies en lo que sería su hogar durante al menos 2 años. No tenía el menor aspecto de hogar, sinceramente, pero no pretendía prestarle demasiada atención a ese detalle. Entró con sus propias llaves en un momento en el que todos sus compañeros se encontraban descansando mientras escuchaban salsa, pues se encontraban en el instante intermedio entre el turno de las comidas y el turno de las cenas. Ellos ya llevaban más tiempo en España, pero no por ello aparentaban estar realmente adaptados. Se fueron presentando uno a uno.

Carlos era un antiguo compañero de trabajo de Rafael. Era un par de años más joven que él, pero más bien parecía al revés. Su voz era perfecta para una comedia televisiva, y reforzaba esa asociación canturreando por toda la estancia. Era muy vivaracho y divertido... aunque su intuición le susurraba que tras sus ojos se escondía una densa sombra de tristeza.

Por su parte, David era el esposo de Claudia (hermana de Rafael), al que ya conocía de Lima. No esperaba encontrarlo en Madrid, y en cierto modo le reconfortó convivir con alguien conocido. Era un hombre bastante arisco y lo notaba cambiado desde la última vez en que lo había visto: más ojeroso, canoso, flaco y hundido. Gerardo desconocía el motivo, pero esperaba que no tuviera que ver con el trabajo o su estancia en España. Aún así, hubo tiempo para conversar un poco, y le contó entre divertido y decepcionado su confusión con respecto al término "office", pues en su primer día de trabajo tuvo que colgar el elegante traje que había llevado para trabajar en la "oficina", al comprobar que realmente se trataba de "lavaplatos". "Anécdotas de principiante", pensó Gerardo, dándose cuenta de que pronto le tocaría a él comenzar la colección de ridículos recuerdos fruto de la brecha cultural.

Por último, estaba Brian, hermano de la ex-esposa de Rafael. Abierto y espontáneo, mostraba un carácter un tanto agresivo. Su decepción era notable, y en seguida se la achacó a la empresa, a Rafael y a Diana. "Un mal día", pensó Gerardo, aunque en su interior comenzaba a alimentar las dudas que albergaba con respecto a su decisión y el miedo frente a lo que ésta le deparaba.

Sus compañeros de cuarto parecían agradables, a pesar de todo, pero había algo en ellos que lo había preocupado. Algo le decía que la idílica situación que le habían descrito no era tal, pero no quería hipotetizar sobre algo que todavía no conocía de primera mano. Pronto se quedó solo en la estancia porque los chicos tuvieron que partir hacia el trabajo. Los nervios le impedían separarse del baño, al que tuvo que correr tantas veces que perdió la cuenta. Intentó dormir, pero el sueño le abandonaba para que pudiera reencontrarse nuevamente con el wc.

El concepto de sueño que él había perfilado en su cabeza, se estaba transformando poco a poco en pesadilla. Su fe le tranquilizaba un poco y le permitía confiar en que todo saldría bien, aunque intuía que durante un tiempo le iba a costar percibirlo. Fuera como fuese, Dios le acompañaba y no permitiría que le pasase nada malo.

Cuando sus compañeros llegaron del trabajo, él todavía no había conseguido pegar ojo. Prefirió hacerse el dormido para no tener que hablar, aunque fue un poco difícil porque su irrupción en la estancia fue bastante sonora. Hablaban del servicio, de las comandas, de las bellas mujeres de la mesa 3 y del mal carácter de su responsable directa. Afortunadamente, el cansancio pudo más que las ganas de charlotear y pronto todos apagaron las luces y se acostaron en sus respectivas camas.

No pasó mucho tiempo hasta que Gerardo comenzó a oír sus respiraciones pausadas y algún ronquido que otro. El sueño finalmente parecía que le estaba venciendo también a él y sus párpados comenzaron a hacerse terriblemente pesados. Fue entonces cuando le oyó. No sabía cuál de sus tres compañeros era, pero el sonido que emitía era inconfundiblemente el del llanto. "Los hombres no lloran", pensó mientras escuchaba. Suspiró y sintió como una lágrima acariciaba silenciosamente su mejilla.

Continuará...

jueves, 8 de marzo de 2012

El viaje de Gerardo II. El aterrizaje

El vuelo hacia su nuevo destino fue poco menos que una tortura. Turbulencias, poca comida y, sobre todo, mucho aburrimiento. Aún así, la perspectiva de un cambio tan grande comenzaba a traspasar la barrera del miedo para conseguir hacerle un poco de ilusión. Conocía a mucha gente que se moría de ganas por gozar de la oportunidad que a él le estaban brindando. Debía aprovecharla lo máximo posible.

Sus ojos no podían despegarse de su reloj, calculando cada 2 minutos el tiempo restante para llegar a Madrid. El ser humano era tremendamente masoquista al haber ideado el avión como medio de transporte. Gerardo creía poder llegar antes caminando sobre las aguas que en ese monstruoso aparato en el que se sentía encerrado. Aunque por otro lado... no sabía nadar, así que la perspectiva de sobrevolar el océano le quitaba bastante el sueño.

En algún momento Dios fue misericordioso e hizo que el piloto anunciara el aterrizaje en Barajas. Gerardo se aferró fuertemente a los reposabrazos, cerró los ojos y rezó para llegar vivo a la capital española. Y así fue. En cuanto pudo se liberó del cinturón y se apresuró en huir de esa prisión para poder respirar aire fresco después de tantas horas de viaje.


Por mucho que le hubieran contado acerca  del tamaño del aeropuerto de Madrid... ninguna descripción acertó con lo que él estaba viendo. Un laberinto de flechas, controles, escaleras y ascensores. ¿Sería así todo en España? ¿Grande y moderno, la gente tan a la moda? Aunque no quisiera, tendría que averiguarlo tarde o temprano. Poco a poco fue pasando del miedo a la esperanza. Sintió que España le podía deparar algo más que un trabajo con el que costearse una vivienda en su linda Lima.

Debía de ser el orgullo de su familia, debía de ser fuerte para sobrellevar ese cambio con entereza... Vio a una pareja y se dirigió a ellxs para que le tomaran una foto que inmortalizase su llegada a Madrid. Posó sonriente para aliviar la preocupación de su madre, con la que sin falta se comunicaría en breve.

"¡Gerardo! ¡Gerardo!" Se volteó al escuchar su nombre y se topó con Rafael y Diana. Ambxs sonreían divertidxs al verle tan bien adaptado a su nueva realidad, codeándose con españolxs a pesar de su timidez. Se abrazaron tras el reecuentro y se dirigieron al coche rumbo a su nueva vida. A pesar de su excitación, estaba sumamente cansado por el viaje. Necesitaba darse una ducha, comer algo y dormir en posición horizontal. Pero sus primxs tenían planes diferentes para él: ése sería su primer día de trabajo. Gerardo se negó en rotundo, pero no pudo eludir la responsabilidad de ir a conocer su lugar de trabajo.

Algo más de media horita en coche y llegaron al restaurante, un local inmenso donde se servía comida vegetariana, terreno que Gerardo desconocía bastante. Le enseñaron amablemente todas las instalaciones como buenos anfitriones y jefxs, conduciéndole por cada uno de los rincones de lo que a partir de entonces sería su segundo hogar. Aparte de restaurante había tiendas, oficinas, salas de conferencias... Un pequeño imperio alternativo cuyo mantenimiento dependía de su trabajo.

Una vez inspeccionado todo ese nuevo mundo, sus primxs decidieron llevarle al lugar donde viviría durante ese tiempo. Estaba a poco más de 10 minutos caminando de su centro de trabajo, lo cual le pareció muy bien porque no perdería mucho tiempo en los desplazamientos diarios. En cuanto a la vivienda... bueno... las había visto mejores. Se trataba de una sola estancia (cocina, salón y habitación) en la que se disponían cuatro catres, además de un baño. Gerardo nunca había dormido con desconocidos, y la idea de hacerlo le preocupaba un poco. Todos eran peruanos, todos trabajaban para Rafael y Diana. En seguida se dio cuenta de que tendría que renunciar a su intimidad...

Mareado de tanta novedad, de tan repentino cambio, sus primxs se apiadaron de él y se lo llevaron a su casa para que pasara con ellxs un par de días. Su hospitalidad fue gratamente refrescante. Se preocupaban por que su cama contara con las mantas suficientes, su vaso con agua, su plato con comida y, en definitiva, su rostro con una sonrisa.
 
Esos dos días de transición a la vida española fueron un gran regalo de bienvenida. Cerró los ojos, respiró hondo y conversó con Dios un rato. Iba a necesitar compañía durante ese tiempito, y quién mejor que él para tomarle la mano e insuflarle el aliento que necesitaba. El cansancio le venció y se quedó dormido en seguida. Todo tenía que salir bien... no había viajado a la otra punta del mundo para que las cosas fueran a peor.

Continuará...

miércoles, 7 de marzo de 2012

El viaje de Gerardo I. El origen

Los días se sucedían tranquilos sin demasiada novedad. Gerardo comenzó el 2007 sin empleo y, al parecer, sin perspectivas de poder encontrarlo en un futuro a corto plazo. Le encantaba su último trabajo instalando alarmas por todo el Perú, pero de nada valía lamentarse añorando algo que ya no se tenía. Paciencia y fe: dos palabras que, hechas a su medida, bañaban con su magia cada amanecer.

Vivía con su madre y uno de sus hermanos, y ambos trabajaban, así que él tenía todo el tiempo del mundo para pensar. Como era una actividad que no le atraía demasiado hacer, opacaba todos esos diálogos internos con música, mientras su perro Thor le ofrecía la más fiel de las compañías.

Había mucha gente que huía... ¿de sus familias?, ¿de sus orígenes?, ¿de la miseria? Gerardo no entendía muy bien de qué, pero lo cierto es que eran muchxs lxs que soñaban con irse lejos. Norteamérica y Europa eran los destinos predilectos entre sus compatriotas, pero para él no existía paraíso más bello que Perú.

Emigrar no era una opción en su mente, y mucho menos en su corazón. No lo era hasta que lo fue. Todo fue muy rápido, muy fácil, muy obvio. Su primo Rafael le hizo una visita con su esposa española Diana, accionista de una empresa hostelera madrileña en pleno crecimiento. Rafael ya había pasado a formar parte de esa misma empresa, y estaba reclutando a más trabajadorxs peruanxs que sirvieran bien a los objetivos del propietario de la misma. Habiendo tantxs compatriotas, se lo fueron a proponer precisamente al que menos anhelaba partir.

Las expectativas eran bastante favorecedoras. Un par de años trabajando en el mantenimiento de la empresa con un salario bastante aceptable, y podría ahorrar lo suficiente como para poder construir una casa en la que vivir junto a su madre y hermano en algún lugar tranquilo de Lima. Parecía fácil. Accedió a la propuesta sin ni siquiera darle una tercera vuelta en su mente.

En seguida comenzaron los trámites para su viaje y de la nada nació y creció una deuda contraída hacia su nueva empresa en España. Ellxs le pagaban todo por adelantado: billete, alquiler de una vivienda... Con un poco de tiempo de trabajo, podría dejar de deberles plata para comenzar su proyecto de ahorro. Para él no era más que un sacrificio temporal de cuyo resultado se beneficiaría toda su familia. Podía hacerlo. Quería hacerlo.


Llegó el día. Lo que parecía fácil resultó ser un poquito más difícil. Su madre lloraba, su hermano pequeño se ocultaba entre forzadas bromas para calmar una tensión in crescendo, su hermano mayor caminaba ansioso de un lado para otro, su padre era la personificación del silencio y cada una de las personas que terminaban de completar su familia demostraba sus respectivos nerviosismos a su manera. Ante tal escena, Gerardo buscó dentro de sí para encontrar la calma y poder compartirla con lxs demás.

El aeropuerto Jorge Chávez se convirtió en la puerta hacia un nuevo mundo donde estrenarse en una larga lista de nuevas experiencias: primera vez que volaba, primera vez que salía del país, primera vez que se alejaba tanto de su familia... Paciencia y fe, sus dos virtudes, le acompañaron mientras embarcaba, le acompañaron mientras despegaba y le acompañarían durante más tiempo del que él creyó haber necesitado. ¡Adiós, Perú!

Continuará...

El viaje de Gerardo. Introducción

Me apetece escribir una historia real. De esas que cuando te las cuentan, no te las crees. La verdad siempre supera la ficción. Cambian los nombres... pero el resto es verídico. Dedicado a su protagonista, que quizás muchxs de vosotrxs conozcáis.



Introducción

Se levantó tras oír la lavadora funcionar. ¿Es que nadie podía respetar sus horas de sueño? Observó con los ojos entrecerrados el reloj para comprobar que ya eran las 12.10, así que se resignó a levantarse para comenzar un nuevo día.

Lucía exprimía naranjas en la cocina, a sabiendas de que la lavadora ya le habría despertado. Le dio los buenos días con carita de ángel, como si no se hubiera dado cuenta de que el ruído le había arrancado de entre las sábanas. Era muy difícil enfadarse con ella, así que no pudo más que sonreír y besarla.

Últimamente estaba un poco histérica con la situación, así que no tardó mucho en sacar el tema... La primera pregunta fue "¿ya has visto tu vida laboral?" Y de ahí siguió como una metralleta: "¿cuánto tiempo has cotizado? Es que hay que tenerlo en cuenta para saber cuánto tiempo te corresponde cobrar el paro y..." Su verborrea matutina lo golpeó como un látigo, haciéndole sentarse en el sofá a la espera de que se tranquilizara.

Cuando Lucía abrió el sobre y extrajo de él la puñetera vida laboral, comenzó a gritar como poseída por el diablo "¡hijos de puta!, ¡hijos de puta! ¡¿Llevas más de 4 años trabajando ahí, y sólo tienes cotizados 2 años?! ¡hijos de puta!, ¡cabrones!" A veces llegaba a pensar que a ella le dolía más su situación que a él mismo. Desde luego, el día que la fabricaron se les fue un poco la mano con la sensibilidad...

Cual tigresa atrapada en una jaula, comenzó a agitarse por todo el apartamento, esquivando repetidamente los muebles que obstaculizaban el paso entre una y otra estancia. Pronto empezaron el llanto, la furia, las amenazas ficticias y, finalmente, la calma. Siempre hacía lo mismo, pero ya hacía tiempo que se había habituado a su forma de afrontar las adversidades.

Ya calmadxs, Gerardo y Lucía se sentaron a beber sus zumos entre risas despreocupadas, amargos recuerdos teñidos de comicidad y la certeza de que todo iría a mejor... No podía ser de otra manera. Ése era el último día de una fase que ya se había hundido en la decadencia. El primer día de una adorable incertidumbre fruto de la libertad. Ése era el día en que Gerardo colgaría su delantal y diría adiós a su patrón.

Continuará...