lunes, 19 de marzo de 2012

El viaje de Gerardo IV. ¡La chamba es chévere!

6.30 AM. El despertador arranca el día en medio de locos ring-rings que Gerardo silencia rápidamente para no robar el sueño a sus compañeros. La mayor parte de la noche se la había pasado despierto, pensando, yendo al baño de puntillas y dando vueltas en la cama. Se levantó sin pedirle al reloj un minuto más de piedad, y se dirigió al baño para quitarse el miedo en la ducha... intención que no logró alcanzar su objetivo. Hizo callar los nervios de su tripa con un copioso desayuno a base de las sobras que Diana le había ofrecido en un táper. Inspiró, expiró, inspiró, expiró, inspiró... y al fin abrió la puerta que le alejaba un poco más a la incertidumbre.

Primero un pie, después otro... caminar no era difícil, sabía hacerlo, pero ese día pareciera que la gravedad fuese otra. Cuando alzó la vista, se erigía ante sus ojos El Centro Ecológico, esa especie de centro comercial alternativo sobre el que le llegaba información confusa. Sin dilación puso rumbo a la sala vacía desde la que se accedía al taller del responsable de mantenimiento al que en una temporadita tendría que reemplazar, Pedro.

Apenas faltaban unos minutos para las 8AM, hora a la que comenzaba su jornada laboral, pero el lugar rezumaba de actividad. Escoba en mano, tres mujeres entraban y salían de los distintos espacios; varixs chicxs jóvenes entraban somnolientxs en el almacén de la cocina, y salían convertidxs en uniformadxs cocinerxs especialistas en verduras; dos curtidos latinos transportaban pesadas mercancías de un lugar a otro... Y allí estaba él, otra hormiga más de la colonia, dispuesto a mimetizarse en el correteo de lxs demás.

Abrió tímidamente la puerta, casi temblando por una vergüenza que a sus 36 años no había conseguido doblegar. Atravesó la polvorienta estancia y se dirigió a las escaleras que descendían hacia el taller. Silenciosamente, como temiendo interrumpir a Dios en su observación de los acontecimientos, se adentró en ese lugar de luz artificial y aire viciado que era el taller. El tal Pedro, también de origen sudamericano, se encontraba lijando una pieza grande de madera. Gerardo no se había esforzado mucho en imaginar cómo era, así que no se sorprendió en ver a un hombre de baja estatura, musculado, tatuado en cada centímetro  de sus fuertes brazos, con el típico corte militar en su cabello, un arete de oro en la oreja derecha y expresión de hostilidad, cansancio y amargura en su rostro.

- Buenos días - saludó Gerardo después de haber carraspeado nervioso.

- Tú eres Gerardo - gruñó Pedro sin ningún atisbo de interés en él. - ¿Es verdad que eres primo de Rafael?

- Sí - contestó Gerardo sin saber si eso era bueno o malo.

- Entonces eres peruano - concluyó con cara de desprecio.

- Sí - afirmó Gerardo confirmando la sospecha de que el acento de Pedro era de Ecuador.

- Bueno, yo soy Pedro y ésta es la lista de tareas pendientes - le dijo sin mirarle mientras le mostraba tres folios grapados. - ¿Sabes algo de carpintería? Bueno, ¿sabes algo?

- De carpintería no sé nada, pero soy electrónico así que sé manejarme con circuitos eléctricos, y también sé algo de mecánica.

- Pues aquí vas a tener que hacer de todo, así que lo mejor es que me observes y aprendas - contestó tajante ese hombre cuyo puesto ocuparía en un par de meses.

Sin atreverse a contestar, se quitó el abrigo y lo apoyó sobre un mueble que había a su izquierda. Mirase donde mirase, todo era caos. A él le gustaban las cosas ordenadas y limpias, y aquello no respondía a ninguna de esas dos características. Se quedó de pie, atento a los movimientos de Pedro, que se disponía a retomar el contacto con la lijadora para terminar de definir la pieza que tenía frente a sí. La rapidez de movimientos del hombre parecía denotar la sencillez de la tarea.

- Quieren unas tarimas para no sé qué - comenzó a hablar Pedro. - Ni siquiera me molesté en preguntar para qué, porque les conozco y seguramente cambien de opinión en algún momento y decidan que es mejor hacer otra cosa. Prueba tú, vamos.


Gerardo se recogió las mangas de la chaqueta y agarró la máquina como le había visto hacer a Pedro y comenzó a moverla sobre la madera como su "compañero" había hecho. La lijadora era muy pesada, y la fricción con la superficie de la pieza exigía más fuerza a sus brazos. Era más difícil de lo que esperaba.


- Lo sabía, no vales para esto. ¿Pero tú te crees que se puede hacer así? ¡Fuerza! ¡Rapidez! - le espetó enojado Pedro mientras le cogía la máquina de las manos y le mostraba cómo hacerlo.

- Es la primera vez que hago esto en mi vida. No tengo práctica y además es demasiado pesada como para hacerlo más rápido - rebatió Gerardo intentando defenderse, sintiéndose un tanto molesto por el trato que Pedro le estaba brindando.

- Eres un hombre, no una mujer. Tus brazos deberían ser fuertes para hacer esto. Ya veo que prefieren contratar a la familia en vez de a personas que de verdad valgan para este trabajo. Pues ponte a hacer taquitos para las mesas del restaurante, que hay algunas que se mueven.

Pedro le mostró a Gerardo la forma en que tenía que hacer su tarea y volvió a su pesada lijadora dándole la espalda. A Gerardo se le hacía difícil entender el motivo por el que ese hombre le trataba así. ¿Era por los conflictos entre sus países? ¿Era por demostrar que trabajaba mejor que nadie? ¿Era simplemente porque le gustaba humillarle? La parte buena de todo eso es que no se prolongaría por mucho tiempo. Pedro se iba de la empresa porque había decidido retornar a su país, así que Gerardo se quedaría en su lugar, y debía aprovechar ese tiempo previo para aprender todo lo posible y hacerlo muy bien cuando toda la responsabilidad recayera sobre él.

Silenciosos los dos trabajadores, pulían la madera cada cual con su propósito. A Gerardo le gustaba su tacto, le gustaba descubrir que podía hacer algo nuevo y, aunque lento, asumía como proceso lo que le había tocado vivir ese día. Pedro apenas le miraba, y cuando lo hacía no se esforzaba en ocultar su desprecio. Desconocía el tiempo transcurrido en el momento en el que un tercer hombre entró en el taller. Vestía vaqueros y camisa, y aunque estuviera ya calvo, no parecía ser mucho mayor que Gerardo. Su mirada era fría, y por el pequeño atisbo de rigidez que observó en la postura de Pedro, dedujo que se trataba de alguien importante.

- Buenas, ¿qué tal? - saludó el hombre posando su mirada sobre Gerardo. - Tú debes de ser Gerardo. Diana me habló sobre ti. Yo soy Agustín - añadió extendiendo la mano en forma de saludo. Gerardo se levantó respetuoso para responder a su gesto. - Me encargo de coordinar un poco todo, así que si tienes algún tipo de problema o duda me lo preguntas directamente a mí. Yo me encargo de pasarle las tareas a Pedro, así como haré contigo una vez que él se vaya. Bueno, veo que estáis ocupados, así que no os molesto más. ¡Ah! Pedro, no te olvides que hay que cambiar las bombillas fundidas del restaurente. Hacedlo cuanto antes porque antes de la apertura de las comidas tiene que estar listo. -
Sin más, Agustín salió del lugar dejando una estela aromática de loción post-afeitado.

- ¿No lo conocías? - preguntó extrañado Pedro.

- No - contestó Gerardo intrigado por la forma en que Pedro si dirigió a él.

- Pues es los ojos, los oídos, los brazos y la voz del dueño de todo esto, así que te interesa llevarte bien con él. Además es el hermano de Diana... ¿de verdad no lo conocías?

- No, yo sólo conozco a mi primo y su esposa - contestó Gerardo dándose cuenta de que quizás su parentesco le podría dificultar su relación con sus compañerxs.

- Ya lo conoces pues. Vamos entonces a ver esos focos que dice antes de que llame para recordárnoslo.

Pedro cogió una escalera y bombillas de repuesto para ir al restaurante, y Gerardo le siguió como se esperaba que lo hiciese. A Gerardo el restaurante le parecía un local bastante grande para ser un vegetariano, así que concluyó que en Europa debía de haber muchas personas vegetarianas. Serían casi las 13 horas, y un puñado de camarerxs se estaban ocupando de que las mesas estuviesen listas para atender a lxs comensales. Carlos era uno de esxs camarerxs que correteaban entre las mesas, pero su actitud era mucho más seria que la que le había mostrado en casa. Gerardo decidió no molestarlo en su quehacer.

Callado y obediente, Gerardo sostuvo la escalera de Pedro mientras éste hacía todo el trabajo. Él podía haberlo hecho perfectamente, pero temía decirlo por si Pedro lo volvía a humillar, así que se limitó a alcanzarle las cosas que él le iba pidiendo. Su primo Rafael le había comentado que era carpintero de profesión, pero de estar aquí y allá había aprendido un poquito de todo. Gerardo empezaba a dudar poder estar a la altura de tremendas expectativas. Estaba seguro de poder hacer casi cualquier tipo de instalación y reparación eléctrica, pero ¿y la carpintería, la fontanería, la albañilería? Debía alimentarse de la experiencia de ese hombre orgulloso y refunfuñón antes de quedarse al cargo del puesto.

Las horas pasaban y entre los dos iban sacando poco a poco algunas de las tareas encomendadas. Pedro no confiaba en él y no le dejaba hacer nada complejo, pero a lo largo del día se encontró realizando varias tareas sencillas que de alguna forma agilizarían su trabajo. Yendo de un lado a otro a atender a todas las peticiones de la empresa, fue viendo el repertorio de responsabilidades que le podrían atribuir, así como las personas a las que tendría que ver la cara cada día. Rara vez perdía de vista los movimientos de Pedro, pretendiendo que con sólo observarlos sus manos pudieran reproducirlos. Ojalá fuera así. Sentía hambre, pero Pedro no paraba en ningún momento de trabajar y le daba vergüenza preguntarle.

La 1, las 2, las 3, las 4... El día no parecía terminar nunca, y el cansancio y el hambre se acumulaban para terminar comprendiendo el carácter de su compañero. Las 5, las 6... ¿Hasta qué hora estarían allí? Ya llevaba más de 11 horas trabajando junto a aquel hombre de mirada hostil. Las 7, las 8... Gerardo pensaba que esas jornadas sólo existían en Perú... por lo que se estaba dando cuenta de que la imagen que le habían transmitido de Europa no era totalmente cierta. Quizás no fuera siempre así, o quizás sólo fuera así para la gente extranjera... quizás. Fuera como fuese, iba a seguir trabajando hasta el momento que Pedro le ordenara.

Pasadas las 20h, el ecuatoriano dejó lo que estaba haciendo y sóltó un "vámonos a casa" cansado y apático. A Gerardo le rugían las tripas, así que estaba deseando salir de allí y comer. Juntos fueron hasta la tienda de El Centro Ecológico, y allí Pedro le explicó que cada día debía apuntar junto a su nombre las horas de entrada y salida en una hoja que guardaba en el mostrador la dependienta. No sabía por qué había que hacer eso, pero tampoco le interesaba mucho en aquel momento. Irse, ducharse, comer y descansar eran una prioridad, así que anotó rápidamente "Gerardo: 8.00h-20.40h" y se despidió de Pedro y la dependienta cuyo nombre no se molestó en preguntar.

Casi corriendo se dirigió a su casa para poder ducharse y quitarse polvo y sudor de cada uno de los poros de su piel. El día había sido muy duro, extraño y difícil, y le apetecía ir a ese sitio que pretendía suplir lo que en Lima era su casa. Nada más llegar se duchó apresurado con intención de salir y comprar algo para hacerse una cena que le hiciese recobrar las fuerzas.

No sabía dónde estaban las tiendas de su barrio, ni tampoco cómo estarían los precios. Rafael se había encargado de cambiarle a euros los 80 dólares que llevaba para empezar su nueva vida. ¿Qué podría comprar con ese dinero? ¿Qué era caro y qué era barato en ese condenado país? Entró en un supermercado que cerraba en 15 minutos y cogió aceite de girasol, sal, arroz, pan y media docena de huevos. Se gastó poco más de 5€, que serían unos 20 soles. El cansancio no le dejaba asumir ni una novedad más de ese maldito día, así que se dirigió a casa sin pensar demasiado en el dinero y en la gestión que de él iba a hacer, teniendo en cuenta la deuda que había contraído con Diana para llegar a España y el ahorro que se había propuesto alcanzar.

Arrastrando los pies procuró impedir que la desorientación le llevase por el camino equivocado de vuelta a su casa, por lo que tuvo que poner mucha atención al fijarse en los detalles. En Madrid todo parecía más seguro que en Lima, pero la gente parecía tener más prisa. Muchxs latinxs como él caminaban por la calle, algunxs con hijxs que quizás no habían conocido nunca el país de origen de su madre y padre. No pudo evitar acordarse de su familia y se dejó atrapar por la tristeza. Como escuchado por Dios, vio en la acera de enfrenet un locutorio, así que cruzó y entró.

- ¿Llamada internacional? - preguntó Gerardo al chico de la cabina.

- Sí, pasa no más a una de las cabinas - le respondió sin separar demasiado la vista de su ordenador.



La 6 le pareció bien, más que nada porque era la única que estaba libre. Se metió en ella, posó la bolsa de la compra en el suelo y se dispuso a marcar el número de teléfono que a fuego tenía gravado en su memoria previa marcación de los prefijos 00 de internacional, 51 de Perú y 1de Lima. El teléfono comenzó a devolverle unos "piiiiii" llenos de esperanza.

- ¿Aló? - se escuchó una voz femenina al otro lado de la línea.

- Mamá, habla Gerardo.

- ¡Ay, Gerardo! ¡Mi papito lindo! ¡¿Cómo estás?1 - preguntó su madre haciéndole separar un poco el auricular del oído.

- ¡Muy bien, mamá! ¡Todo el mundo es muy amable conmigo y la chamba es chévere!

Continuará...

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