lunes, 16 de enero de 2012

Al menos vosotras os tenéis la una a la otra

Silencio. Un aterrador silencio galopa por el cuarto de estar dando coces a cada uno de esos ridículos adornos que con el tiempo habían echado raíces en sus respectivas ubicaciones. Una tenue luz se filtra por la ventana haciendo brillar ese silencio, haciéndolo resplandecer ajeno al transcurrir de las horas. El tiempo se ha muerto en la casa de Beni.

Decidido a no descender al abismo, se levanta pesadamente del sofá, donde había estado tirado probablemente todo el día. Dirige sus pasos descalzos hacia ninguna parte, perdido por ese cuarto de estar que hoy le resulta desconocido, silencioso... vacío. Sin más indumentaria que los calzoncillos que le había regalado su abuela las navidades pasadas, se ve reflejado en la puerta de cristal del armario de la cristalería. “¿Quién es él?”, se pregunta.

Siente los ojos hinchados y la boca seca, y en un gesto por intentar sepultar esa sensación, percibe un hedor que le resultaba vagamente familiar. Levanta un brazo y dirige la nariz hacia su axila descubriendo que su habitual fragancia de “macho seductor” lo había abandonado. El espeso olor del sudor de varios días ocupa ahora su lugar. “Habrá que hacer algo para remediarlo”, piensa mientras mira la puerta que conduce al baño... “En otro momento será”, se dice recordando que no espera visita.

“¿Qué hora será?”, se pregunta. “¡¿Qué más da?!”, se reponde en un vago gesto que intenta esconder su desorientación. Un súbito alarido en su estómago le hace reaccionar. Con desgana se dirige a la cocina para poder picotear algo y en su camino un dolor en el pie derecho le hace olvidar momentáneamente que tiene hambre. Levanta el pie en un torpe movimiento con el que pretende comprobar qué es lo que motiva ese dolor. Descubre mareado una pequeña raja de la que brota un reguero de sangre. El suelo está salpicoteado de rojo tras la herida, tiñendo los cristales rotos que se encuentran desperdigados por el suelo. Ya no recordaba haber roto el marco de esa estúpida foto.

Cojeando se apresura hacia el baño, donde se limita a coger un rollo de papel higiénico y momificar generosamente con él su pequeña herida. Un nuevo alarido lo despierta de su letargo y lo levanta como un resorte del borde de la bañera. Decidido, se dirige nuevamente a la cocina sorteando los cristales y las gotitas de sangre que adornaban el suelo del salón. Una punzada de dolor se le clava en el estómago cuando ve la foto entre los cristales... pero decide que ese dolor no es más que hambre, por lo que prosigue su camino hacia la cocina.

Un paquete de salchichas, un taquito de queso, un par de huevos y un limón son los cómodos habitantes de su nevera. En la alacena el panorama no es mucho más alentador: un mendrugo de pan seco, un paquete de arroz casi vacío, media bolsa de patatas fritas ya rancias, tres polvorones caducados y un paquete sin empezar de cubitos de caldo de verduras. Sin pensárselo demasiado, coge las patatas y las devora con avidez mientras gira sobre sus talones para apoyarse sobre la encimera. La visión que le ofrece el fregadero le hace escupir las patatas en un acto reflejo alimentado por el asco: dos platos cubiertos de moho por los que corretean una pareja de cucarachas. Con una mueca de tristeza les dice: “al menos vosotras os tenéis la una a la otra”.

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