lunes, 16 de enero de 2012

Amazona de la luna


Sacerdotisa de los cuatro elementos,
tierra, agua, fuego y aire,
aúlla a la luna
invocando a la diosa.

Son los tambores de la tierra
los que marcan el ritmo de su corazón,
que bombea savia
a cada uno de sus tejidos.

Su cuerpo es como el agua,
que fluye sin cauce,
brava y salvaje
sin haber quien la pare.

El fuego arde en su pasión,
que quema entre sus llamas,
acogedor pero peligroso
para el incauto viajero.

Escurridiza como el aire,
que ni se ve, ni se huele,
pero cuyas caricias se sienten
al igual que su aliento.

La diosa se despierta en su sonrisa,
crece en su mirada
y se expresa a través de su palabra,
envuelta en un velo de anodino misterio.

Marcada con hondas cicatrices,
arrastra sus doloridos pies
por la alfombra de la tierra,
recobrando la fuerza de la hechicera.

En continuo proceso de sanación,
se aferra a la vida,
esa dulce prisión
cuyo néctar la ha hecho adicta.

Y es que la amazona de la luna
se ha entregado al destino,
atendiendo a lo que su intuición
dicta en su ciclo femenino.

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