lunes, 16 de enero de 2012

Renacer de una obsesión

No tenía ningún tipo de duda acerca de la utilidad de las redes sociales. Las utilizaba habitualmente y ¡le encantaban!, pero de vez en cuando resurgía de entre los "me gusta" y los "jajajaja, q bueno tío!" algún fantasma de esos de los que costaba escapar. Unx escoge sus amigxs, sí, es cierto, pero no escoge a lxs amigxs de sus amigxs, ni tampoco la información que de estxs le llega a su muro. Sandra...

La vida había tomado un rumbo más sano, más constructivo, más estable y más "normalizado". No necesitaba recordar, ¡no quería recordar! Pero allí estaba ella, en su muro, en un vídeo que una de sus mejores amigas había compartido en la red. Parecía que no existieran más almas aparte de ella, bueno... y de todos los moscones que se le acercaban y a los que ella rechazaba con su mirada seductora que, por otro lado, no ocultaba el desprecio que sentía hacia ellos. Su cuerpo se retorcía bajo las tenues luces de a saber qué pub, como si fuera una hipnótica serpiente capaz de paralizar a su víctima antes de deglutarla. Sus curvas eran un puto oasis de placer en medio de un desierto de caos, caos que se desataba cuando él la veía, o simplemente cuando la rescataba del olvido. Sandra...

Y ya estaba allí, sentado en su sofá, con sus pies coreografiando al ritmo de sus nervios y el corazón a punto de salirle por la boca. El móvil en sus manos y un tembloroso dedo sobre la tecla "enviar". Meneó el pulgar de arriba a abajo, como pensando que un mensaje pudiera traer consigo el fin del mundo. Y no pudo. Lanzó el móvil contra el suelo, lejos de donde él estaba. Sandra...

No podía hacerlo. No podía volver a verla, pero allí estaba, ocupando toda la pantalla de su ordenador, perdida en ese baile que no hacía más que atraparlo en el pasado, entre sus brazos, entre sus piernas, humedecido por su lengua juguetona y completamente excitado. ¿Cuántos árboles habrán sido testigos de su lujuria? ¿Cuántos taxistas se habrán empalmado tras llevarlxs follando en su asiento trasero? Después de ella, ninguna otra mujer lo había conseguido hechizar de esa manera. Cerraba los ojos y hundía su nariz entre sus rizos negros, embriagándose con su aroma a mandarina. Se perdía en sus ojos de gata y enloquecía en su cálida boquita. Recorría cada centímetro de su piel con sus cinco sentidos, y se entregaba a ella en cada segundo, perdiendo la cabeza un poco más a medida que probaba más y más de ella. Sandra...


La fantasía no era suficiente, necesitaba llamarla, necesitaba poseerla por completo. Pero sabía que no debía hacerlo. Ella fue la droga más dura de dejar, y en ese momento el mono lo estaba a punto de hacer volver a caer. Volvió a cerrar los ojos y la volvió a ver, tan guapa como siempre, con su ropa de mil colores ajustada a su esbelta figura. Le guiñó el ojo mientras se mordía el labio inferior, dando un paso hacia él. Con destreza, salvó el obstáculo de la cremallera de sus pantalones y lo palpó con sus manos pequeñas mientras se acercaba a su oído para susurrarle lo cachonda que estaba. Lo atrajo hacia sí para mordisquearle la oreja a discreción, recordándole que tenía permiso para respirar... y para dar rienda suelta a sus instintos más primitivos. Pronto perdió la consciencia de hacia donde le llevaba su fantasía; todo era placer, todo era ella. Sandra...

En medio de la nube que surcaba su mente y su cuerpo en ese momento, algo le hizo regresar a la realidad. Un sonido irrumpía entre sus frenéticos jadeos. Con la entrepierna caliente y pegajosa, inició la salida de su trance y poco a poco fue discerniendo la melodía de su móvil, que se agitaba en el suelo al igual que su mano lo había hecho sobre su miembro. A medio camino entre la realidad y la fantasía, lo agarró con la mano limpia para leer en la pequeña pantalla: Sandra.

1 comentario:

  1. Qué rico relato. Creo que todos tenemos nuestra "Sandra", esa droga dura que no podemos dejar...

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