Hay quien cree que
tenemos un rol predeterminado en el mundo. El padre de Evelyn creía saber cuál
era el de su hija: servicial esposa, fiel consejera del pueblo y madre
proveedora. Quizás lo hubiera sido, de haber decidido serlo, pero sabía que la
vida no esperaba eso de ella... ¿Cómo iba a renunciar esta intuitiva brasileña a
sus sueños? Nunca se lo perdonaría.
Rojos, morados y verdes, azules,
amarillos y naranjas eran los colores de su corazón. No hay experiencia que
Evelyn pudiera evitar traducir en un lienzo. Cuanto más alto su padre le gritaba
"¡matrimonio!", más alto gritaba ella "¡arte!". Regueros de lágrimas surcaban su
rostro mientras veía sus obras atravesadas por los puños de su padre, que se
negaba a ver la belleza en ellas. Anclado en la tradición, invisibilizaba el
talento de su hija, alimentando en ella un genuino rechazo hacia los
hombres.
No hay arrepentimiento en la mirada de Evelyn. Huir del destino
al que su padre la había avocado era una dura decisión que debía tomar, antes de
acabar pareciéndose a la mortecina figura de su madre... por la cual no puede
sentir otra cosa más que lástima. Aún habiendo perdido el contacto, Evelyn ha
sabido perdonar, pues sólo en un corazón que ha perdonado hay cabida para el
amor.
Brasil sigue siendo hoy la tierra que le da cobijo, ¿cómo iba a
abandonarla? El color ha trascendido su interior y todo su entorno vibra a cada
paso que ella da, tiñéndose de su alegría, interrumpido unas veces por su
tristeza o salpicado otras por su furia. Libre de ataduras y rencores, Evelyn es
el pincel que da color a su propia vida, pintando sonrisas en los rostros de
quien ose llamar a su puerta.
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